El método catártico
Hay que ver lo fácil que en ocasiones es entrar y lo complejo que resulta salir.
Lo digo por el moscardón que acaba de colarse en casa. Tal vez por el salón o la habitación. Ha llegado zumbando directo a estamparse contra el vidrio de la ventana de la cocina. Sigue vivo, admirable tras semejante porrazo. Mon Dieu, menudos ojos. Debe superar el centímetro, y unas alas como para aterrizar en ellas. No me extraña tamaño zumbar. Veo que notas mi espiración o mi curiosidad porque vuelas y zigzagueas de nuevo por el espacio y me trasladas a mi infancia, a los veranos en la aldea, también en la cocina, hace calor y las ventanas de la casa están abiertas y puedo sentir el olor a hierba seca. Todo el mundo duerme la siesta y lo único que escucho es el zumbar intermitente de las moscas. Del grifo al techo. Del techo a la pared. Silencio. De la pared a la mesa. ¡Te atrapé! Mano derecha rauda formando un cuenco bien cerrado. Tres, soy tu cúpula hermética, dos, me haces cosquillas, uno, escapa! Y nuevamente el zumbar discontinuo que esta vez acaba en golpe, y zumbar y golpe. Y golpe. Y golpe. Llámenme puntillosa, pero su absurda terquedad en intentar salir una y otra vez por el mismo lugar está agriando mi humor. No me considero quién para cuestionar, cada cual que vuele por donde le plazca, pero es que estaba yo tan amablemente disfrutando mi café en la mañana cuando semejante díptero insiste en chocar una y otra vez su cabeza contra el cristal. Vamos, ahora lo tienes fácil, acabo de abrirte la ventana. Obcecado insecto, con sensibilidad para intuir peligro en mi espirar pero ni cuenta te das de los fútiles 8.400 centímetros cuadrados de libertad que entran por esta hoja abierta. Tan sensitivo al miedo y tan sordo a la salvación. Querido, no me dejas más opción que la del sobresalto. Podríamos seguir así un buen rato, pero a ti te sobra zozobra y a mí me falta espera. Allá voy, no te muevas, quieto, quieto, este trapo te va a golpear pero te juro que matar no te mata, tres, despacio, dos, sólo quiero mostrarte la dirección en la que, uno… voilà! Califórido estimado, justo el momento de mayor pánico en tu vida es el que te muestra la salida.